Cuando el invierno durmió a la última hierba, los pequeños animales se escondieron en la tierra.
Luego al mar:
“Lo navegué sin rumbo, sin querer dominarlo.
En la mar viven la luna y las estrellas,
y en la profundidad se encuentran
los secretos del silencio.”
Deambulé entonces por los pasillos del minotauro, allí donde no se ven las paredes, aunque se siente su angostura, y cada paso brilla, uno frente al otro.
“Pasan mis pasos
adquieren eternidad,
llenan mis lazos
de saber, de ánima.
Luego riman
con el pasar de la vida
y el camino crean,
al sonar, al cantar.
Se llenan, con luz del este
y frío del oeste.
Con los cielos del norte
y la oscuridad del sur.
Firmes, uno frente a otro
demostrando el ardor
la inteligencia,
y la voracidad.
Se proponen preparar,
mi cama mortuoria”
Trepé junto a otros animales, las montañas que sostienen al mundo entero:
“La montaña sublime, es humilde.
Se desliza sobre sí misma
hacia precipicios verde-negros.
También se deslizan sobre ella,
las criaturas de lo santo y sagrado.
Pequeñas, dulces, suaves, traslúcidas,
llevan consigo la pureza.
Respira, llega profundo:
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