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Un tanto mas arriba, en las alturas, custodiado, podemos ver la parafernalia de un sector destellante.

Observemos a través de los muros este sector privado, no-mezclado.


Los elegantes. Altos y esbeltos. Extravagantes. 

Ellos saben de la farsa a la que asisten y contribuyen. Aun así, bajo los atuendos delirantes, saben que engañan al ojo.

Al ojo que encarna cada individuo en esta sociedad.

En el fondo son bestias. Bestias de traje. 
Se revuelcan en los placeres menos imaginados, consumen calidad, derrochan vidas y bienestar. Trabajan sus disfraces desde la etiqueta, hasta la copa.

Su juego se desarrolla en torno a los seteos de la ambición y el poder, perfectamente agendados y ejecutados. Los conocimientos ocultos y ancestrales, apenas revelados para los sectores distantes, conforman sus mentes. 
Utilizados para un bien propio, aplastando las ruedas kármicas, están cerca de los ojos vigilantes, y de los juegos burocráticos que engalan a los sistemas. 

Sistemas que oprimen a los vigilados, a los que ignoran, a los que no sospechan, a los que se conforman, a los que no se revelan.

Ahí los ves, en el Karnaval Pantomyma, cerca del brillo, riendo de lujuria, borroneados a través del humo y rodeados por las chanchas poesías que conforman su falso verbo.


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